EL MUNDO, SÁBADO 26 DE ABRIL DE 2003
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Cuadro de texto: Si se recorre en bicicleta, desde el barranco puede seguirse hasta El Atance o Carabias

 

Cuadro de texto: 200 Km a la redonda. Este desfiladero cercano a Sigüenza esconde atractivos sobrados para una marcha de principios de temporada. Fauna exquisita, una historia apenas conocida, tranquilidad absoluta y un breve y hermoso recorrido 
BARRANCO DE LA HOZ
Los secretos de la piedra

 

 

 

 

 

 

ALFREDO MERINO
 

Decir barranco de la hoz en unas tierras cruzadas por decenas de cañones, desfiladeros, cortados, hoces y barranqueras es dar pocas pistas, la verdad. De Sigüenza a Molina y de Peralejos a Peñalba, al menos media docena de barrancos de la hoz abren sus atormentados tajos en la gastada provincia alcarreña. Pos suerte todos tienen apellido; de la Virgen de la hoz, de la hoz de Oceratejo, del río Dulce, del Ablanquejo, de Oter…

                El verídico, el Barranco de la Hoz, a secas, abre por mitad las soledades seguntinas, a tiro de piedra de Viana de Jadraque. Por si fuera poco lío, este cañón también es conocido como barranco del Gamellón, del Prado, de Viana y Barrancazo. Mucho  nombre para un lugar remoto y tranquilo, de calizas entre el blanco inmaculado y el naranja encendido, sin dejar de lado las innumerables tonalidades de grises.

                Sobre la confluencia del arroyo del Prado con el río Salado, Viana de Jadraque recibe a los visitantes con su mejor monumento. La curiosa fuente de los Cangrejos, así llamada por ser sus cañossendos crustáceos, ofrece el fresco caudal a

 

 la entrada del pueblo. Hace tiempo, los bigotes plateados de los animalillos indicaban el rumbo de la barranquera. Hasta que algún desalmado se los cortó, dejando al caminante huérfano de tan inusitada referencia.

                En cualquier caso, la ruta admite pocas pérdidas. Solo hay que tomar la calleja que se inicia entre la fuente y el viejo lavadero, hasta salir del pueblo. La última casa es la carnicería. Se prosigue por el camino que la deja a mano izquierda, atravesando una amplia depresión cuyo fondo peinan los rectilíneos cultivos. Festoneada por un espeso bosquete, en su final se intuye el tajo.

                La pista desprecia dos desvíos a la derecha y navega por la mitad de este mar de labrantíos, acompañada por una bulliciosa cacera, que reparte agua por los panes recién arados.

                Un par de suaves curvas encañonan la pista hacia el barranco, haciéndola pasar al pie de unos prodigiosos chopos, donde alrededor de una mesa metálica se esparcen los restos y basuras de un bárbaro picnic

 

Después, las rodadas se encajonan entre las paredes calizas. Es a partir de este momento cuando la piedra muestra sus mejores secretos. La fauna alada es el primero. Así, el aturullado aleteo de las zuritas alterna con el concierto de tarabillas, carboneros y herrilleros. Las parejas de abubillas, los gallitos de abril, escapan con un vuelo a oleadas y ante las paredes, los pardos aviones trazan sus devaneos suicidas. En loo alto, el prodigio implacable del peregrino. Una pareja de halcones saluda con su grito salvaje el paso del intruso.

 

 

               

 

 

 

  

  

Hacia mitad de la barranca se pasa junto a varias majadas y arruinadas y resto de las canterías que operaron aquí. Un giro da paso a la parte más atractiva del cañón. Como en un 

 

astillero, se suceden los desplomados espolones, que asemejan los cascos de una poderosa flota de barcos.

                Sobre las paredes se descubren anclajes, cuerdas, y otros utensilios de escalada. No en vano, este barranco es un apreciado punto de encuentro de los hombres-mono. Así se llega a la corraliza más importante del cañón, ya cerca de su final. En la pradera cercana, aguarda una sorpresa.

               Alguien ha entrado su coche hasta el final del remoto paraje. Es una pareja de pilotos que a pesar de ser medio día, duermen en su tienda. Cuesta crees que hasta aquí hayan metido el coche. Incapaces de

 

 

 

 

 

 

caminar no más de veinte minutos desde el inicio del barranco. De puntillas para no despertarlos, el caminante da la vuelta mientras cavila que en esto del ocio campestre para algunos todo el monte es orégano.