EL PAÍS                                                                                 MADRID                                          Viernes 26 de octubre de 2001

 

EXCURSIONES > BARRANCO DE LA HOZ

Los mil usos de la roca caliza

Pastores, caminantes, escaladores y aves comparten este bello cañón de Viana de Jadraque, en Guadalajara

      ANDRÉS CAMPOS, Madrid

Viana de Jadraque es una aldea del entorno a Sigüenza cuyos pocos habitantes –64 y bajando- atalayan la confluencia del arroyo del Prado con el río Salado desde sencillas casas de piedra caliza sin labrar. Dicha piedra, extraída durante siglos de un cercano barranco –el de la Hoz, de Viana o del Gamellón-, es la misma que se empleo en el Palacio de Correos de Madrid –inaugurado en 1919 y jocosamente bautizado por su arquitectura nada sencilla como Nuestra Señora de las Comunicaciones- y la misma que los escaladores trepan hoy por vías como Asesina ruina, El acabóse o El tocho del váter. Una roca y tres destinos.

     A la entrada de Viana, junto al viejo lavadero, nos recibe bulliciosa la fuente de los Cangrejos, cuyos caños son dos crustáceos de plata que fueron donados en 1933 por Mauricio Caballero, nativo de Viana empleado a la Salazón en una joyería madrileña. Hasta hace 40 años, según los vecinos, se cogían cangrejos a capazos con sólo sumergir una cesta entre las ovas del arroyo cabe una fuente del Pradillo, en cuya alameda eran asados ipso facto. Pero luego los herbicidas y una enfermedad contagiada por los cangrejos americanos dejaron a Viana sin aquellos manjares autóctonos, y para más INRI, algún gamberro fue y les cortó los bigotes a los de la plata.

    Por la calle de detrás de la fuente, nos echamos a nadar con la cabeza llena de tristes pensamientos cangrejiles, no sin dejar por ello de advertir una singularidad de Viana: las bodegas excavadas por doquier, recordatorio de una época en que se cultivaba la vid -¡a 844 metro de altitud y con una temperatura meda anual de 9.8º!- y el morapio, después de cocido se conservaba en ellas. Hoy solo se usan para guardar patatas. Lo que, sumando a anteriores cavilaciones, nos da la paradoja de que, siendo antaño los pueblos más pobres que hogaño, eran más ricos sus cultivos, sus montes y sus ríos, y más variados los quehaceres y ocios del campesino.

    Al acabarse la calle pavimentada, salimos del pueblo dejando a la izquierda la carnecería (sic) por un camino de tierra que discurre junto a labradíos –mañana, campos de girasoles y cereales- y, sin tomar ningún desvío a la diestra, llegamos en media hora a la fuente del Pradillo. Tres chorros gruesos como brazos suerte este manantial del arroyo del Prado, a la sombra de ancianos chopos de troncos verrugosos, en un verdegal que nos hace sentir cual arcadios.

    Esta es la entrada al barranco de la Hoz, un tajo abierto en la serrezuela de la Muela con cortados de hasta 45 metros de altura y 75 vías equipadas por y para los escaladores, a los que vemos probando sus difíciles habilidades en todas las paredes excepto en las primeras de la izquierda, pues allí anidan las ruidosas chovas y grajillas, los aviones pirueteros y, fieles a su cita anual con el barranco, una pareja de halcones peregrinos que proyectan sobre los cantiles susto mortal de las palomas.

    Sabinas, enebros y encinas de buen porte salpican el cauce seco, culebreante y pedregoso por el que avanzamos cautivados por los caprichos de la roca caliza: aquí un paredón de vivo color rojo, como pintado con minio; allí, una escuadra de barcos varados al borde del precipicio y, por todas partes, oquedades aprovechadas desde tiempos remotos como tainas, o corrales, mediante la adicción de un muro exterior de mampostería. Dos enormes bloques prismáticos, cerca ya del final del cañón, recuerdan sus uso como cantera. Como a una hora de andar por el barranco, con paso quedo y admirativo, alcanzamos su cabecera, allí donde las paredes de suavizan hasta confundirse con las lomas circundantes, tapizadas de prieto encinar. En otra época y con un buen mapa, podíamos ensayar un nuevo camino para regresar a Viana, pero es otoño y en estos horizontes seguntinos suenan escopetazos y ladridos, mala música para andar brujeando. Así que nos volvemos por donde hemos venido.

 

Guías para andar, pedalear y trepar

 

Dónde. Viana de Jadraque (provincia de Guadalajara) dista 126 kilómetros de Madrid, yendo por la autovía de Aragón (N-II) y saliéndose por el kilómetro 104, por la carretera CM-1101, para antes de llegar a Sigüenza, tomar las desviaciones bien señalizadas hacia los pueblos de Baides y Huérmeces del Cerro.

Cuándo. Paseo de tres horas –seis kilómetros, ida y vuelta por el mismo camino-, con un desnivel acumulado de sólo 100 metros y dificultad muy baja, apto para cualquier persona y época del año.

Quién. Jose A. López Ballesteros y Mínguez A. Día Martínez son los autores de 15 rutas por la naturaleza de Sigüenza y el Parque Natural del Río Dulce, una excelente guía editada por la librería Rayuela (Medina, 7; Sigüenza; teléfono 949 39 02 33) en la que se describen éste y  otros itinerarios a pie y en bicicleta por la zona.

Y que más. El mejor mapa de la zona es la hoja 461-III del Instituto Geográfico Nacional, a escala 1:25.000. Si estamos interesados en escalar en el barranco, podemos consultar la página Web www.revistaiberica.com/escalada/castillalamancha/viana o los croquis de las vías que se hallas a disposición de los clientes en el bar El Puente, en Baides, a 2.5 kilómetros de Viana de Jadraque

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